Mi trabajo es mover el azar.
Desafiar al destino y conseguir que su rueda gire hacia donde mi mano la dirija.
Me enseñaron cuales son las hierbas que he de quemar en el caldero de las ofrendas para cada asunto y bajo que Lunas han de pronunciarse los conjuros para atraer amor, la salud o la suerte.
Se manejar los colores del arco iris y alinear planetas sobre ellos y tengo maña para recoger la huella de los pasos -sobre en una corteza de abedul- y para enderezar los caminos mal cruzados.
Aprendí de la Magia Celta, a conjurar los maleficios, a despedir a los muertos y a rechazar el daño y la maldad atándola a la hiedra. No tuve dificultad en hacerme con los instrumentos de trabajo, la espada de defensa, el cáliz, los cuchillos.
Pero, por más que pregunté a mis maestras, busqué y rebusqué en todas mis enseñanzas, nunca pude encontrar un sortilegio eficaz para resucitar el amor cuando se ha terminado.
No hay hechizos, ni hierbas, ni velas, ni aromas, ni Diosas a los que invocar para ese fin.
Todo lo más que se pude conseguir, para quien sufre esa durísima enfermedad, es que no duela. Seguir amando, pero sin dolor.
También descubrí, después de muchos años de experiencia que el amor, si es verdad, si es amor, una vez creado es indestructible.
Por eso cuando alguien se va de nuestro lado, se le puede hacer volver, si aún hay amor.
Hay, en la Magia Celta, hechizos y rituales para empujar ese sentimiento y conseguir que, quien lo lleva dentro sea consecuente con él, porque muchas veces, hay situaciones y personas que nos llenan de dudas y llegan a convencernos de que el amor que sentíamos ha muerto, sin que sea así.
Hay que saber distinguir lo que es un alejamiento, a lo que es el final de un amor.
Si hay una pequeña brasa de lo que fue amor, los hechizos funcionan.
Si la llama se apagó por completo, no hay hechizo en el mundo capaz de reavivarla.